Cada invierno lleva tu nombre desde esa noche de lunes, corrían las veinte horas mientras esperaba verte, no sabía lo que cambiaría desde entonces. Ahí estabas riendo como siempre de alguna de mis tonterías, con tus pantalones ajustados y tu particular forma de hablar.
En ese instante no sospechaba que sucedería, no lo sabía, inicié mi viaje hacia ti. Un boleto sin retorno, un destino del que no he vuelto.
Aún después de todo el tiempo que ha pasado, me sigo preguntando si me volvería a enamorar de la misma manera y la única respuesta válida es que aunque esa fue la primera, cada día al despertar, al saludar, al verte, me vuelvo a enamorar y lo haría sin problemas por el resto de mi vida.